Tuesday, January 19, 2010

No drama. No dama

Llegaste empastado en un libro de historias grises. Me narraste palabra a palabra una historia tan bonita que terminó en lágrimas, como suele pasar. Me hablaste de final apuñalante, hiriente y frío.

Me dolía tu masoquismo. Te apreciaba tanto que me dolía.

Después supe que no era aprecio. Lo que tenía eran ganas de agacharme sobre tus recuerdos, hablarte pasito y darle color al camino que lleva al fin del mundo. Tenía ganas de ponerte apodos, de quitarte el aire, de jugar con tu pelo. Lo que tenía eran ganas de mirarte y sentir el corazón hinchado.

Así, todo llenito de dolor, rabia y miedo llegaste a mi lado. Y yo tuve miedo de no poder quitártelo. Jugamos con máscaras, aprendimos a ser tu y yo solos en un mundito propio, imaginamos a nuestro antojo el universo y fuímos felices. Si que lo fuimos.

Un día, sin más ni más la magia desapareció. Te me fuíste sol. Te me fuíste risa. Te me fuíste calor.

Y llegaste empastado en un libro de historias grises…

Yo busqué calma, tu calor. Yo callé, tu gritaste. Yo ignoré, tu enfureciste. Yo evadí tu mirada, tu fumaste. Y fue así como la vida verde vicerita con sabor a naranja con amapola se hizo agria, se hizo drama.

Me fui porque si, porque quise. Me fui sin despedirme, sin disculparme, sin devolverte el aire. Niña malcriada.

Me fui haciendo lo que me pediste y dejaste de respirar, dejaste existir. Así sin explicaciones, sin conversaciones, sin ecuaciones, sin rodeos, sin excusas… Así sin dramas, se desvanecieron los 3 renglones más importantes de la vida.

Monday, October 12, 2009

Enriquito


A esa tarde de sábado ya le pesaban los ojos. Se hacía de noche, el viento se golpeaba duro contra los muros e intentaba arrancarme el pelo para llevarlo a otro lugar. Recuerdo bien que traía el cansancio del trasnocho y las horas de fundación encima. Cargaba el malestar del vodka y me pesaban los ojos. Sonreía. A pesar de todo, sonreía. Traía mi camiseta verde pasto y caminaba mis converse verde favorito.
Calentaba mis manos sosteniendo un buen café con las dos manos y me burlaba con picardía de las historias tontas de alguien que nos acompañaba. Nos reíamos con una maldad infantil y nos mirábamos con complicidad esperando que otro payaso le cerrara la boca a nuestra nueva amiga y nos dejara descansar de tanta basura que traían sus palabras.
Por fortuna una pareja de hippies argentinos se acercó a hablarnos. Se habían fumado un par de porros en la tarde y andaban cargando y ofreciendo su imaginación. Al único que yo quise conocer fue al de las gafas rectangulares de borde negro… Se parecía a Juan y eso me conmovió.
Enriquito! Me dijo con alegría y yo por puro respeto me acomodé para oírlo bien. Me contó entre gestos y gritos que nunca había soñado. Tremendo invento, pensé, pero me dejé absorber por su carisma y su dulzura. Me dejé envolver por la sinceridad de su historia. Enriquito era un niño de pocos amigos, inteligente e inquieto. Era el mejor de su clase y llevaba siempre la mejor calificación. Por las mañanas, cuando el día lo despertaba buscaba sus gafas como si fueran estas, el alma que daba vida a su cuerpo. Cavaba entre sus recuerdos pero siempre veía la imagen desvanecida de su abuela saliendo del cuarto después de la bendición. Enriquito hizo todo tipo de esfuerzos perdidos en saber qué era soñar, hasta que un día, después de desoladas noches y repetidos intentos, puso en marcha una máquina que robaba los sueños de otros.
Con la suya, recordé otra historia de alguien que quiso escribir sobre los sueños robados de un grupo de extraños que paseaban en bus.
Enriquito había tenido que idear la fórmula para construir lo que a veces yo prefiero no recordar y le había dado un buen resultado. Aprendió a llevarse las imágenes de ese universo surreal que no comprendemos en que se mezclan todo tipo de personas, voces, colores y hasta olores para materializar un recuerdo escabroso o un deseo reprimido, quién sabe.
Enriquito se fue y me dejó sus gafas porque quería que yo lo recordara. Esperé en silencio a que se perdiera y cuando ya pude ver el cuerpecito moverse entre las calles, miré al lado y vi que había olvidado algo. Además de sus gafas, había dejado también un bultito de robados e incontables sueños.


Tuesday, August 11, 2009

Al paraíso


Éste para en la Jiménez?
Preguntó un señor de gorra verde que ocupaba justo el puesto en que mis ojos se habían quedado fijos mientras mi mente flotaba, intentando cobrar vida entre tanto frío y tanto sueño. Le reboté la pregunta a Juancho, con un golpe suave en el brazo: “Si creo“, dijo él con la simpleza de siempre, la que esconde bajo la gorra de un saco negro.
Me incorporé entonces en la mecánica de los sábados: A una velocidad que no está mal para el ritmo de la hora, viajo en un Transmilenio con los pies montados en las barandas y las manos en los bolsillos, escondiendo el frío que golpea una ciudad que despertó hace un rato. Una ciudad que se desnuda cuadro a cuadro mientras yo protegida por el vidrio de la ventana observo, analizo y respeto. El viaje al sur es un triste descenso que se disfruta.
Desde la calle 100, donde plácidamente duermen mis vecinos, hasta el Parque el Tunal, tengo contados unos 28 universos en los que brutalmente compiten establecimientos públicos, seguramente atendidos por su propietario: La zona del plástico, de las vulcanizadoras, de las peluquerías, de las lechonas tolimenses… cómo me gusta mirar a todas esas lechonas bautizadas, que se acuestan bocabajo en la Caracas esperando que alguien provocado, las devore con un tenedor de plástico.
En el trayecto el bus se ocupa y se desocupa varias veces. A veces me llaman la atención el silencio y la pasividad que retumban. Será por el sueño y la pereza que traemos todos… Pienso. Vamos con los ojos algo hinchados, unos ya como acostumbrados al trote del Transmilenio, otros como maldiciendo en silencio a los que pueden, por ser sábado, dormir a pierna suelta abrazando una almohada. En las sillas que me miran de frente viene un papá joven, con el hijo de unos 8 - 9 años. Freddy el papá, John Daniel el niño, adivino yo. La cara perfecta de John Daniel me llama la atención. Ojos grandes, verdes, con unas pestañas oscuras que se le encrespan; nariz chiquita y recta; está recién rapado. Me gusta ver cómo levanta los ojos perezosos de vez en cuando para mirar al papá que duerme, echando el cuerpo hacia adelante y abrazando un morral, con la cabeza hacia el niño. Ojalá no se pasen, pienso yo. Ojalá no nos pasemos, piensa Daniel, que ya está rayado con mis ojos encima. “Este niño con cara bonita podría hacer un comercial rodando por un piso brillante con un cachorro de Scott y un rollo de papel higiénico” Pienso. De pronto Freddy se levanta como si una alarma le hubiera indicado que ésta era ya su estación, John John Daniel se para, me mira feo y camina detrás de su papá. Me doy cuenta que tiene una cicatriz grande e impresionante como de quemada que empieza en la oreja izquierda, se extiende por el cuello y se esconde por la camiseta quién sabe hasta donde.
Ya aburrida de hacer enemigos por andar mirando a la gente, le hago a Juancho una pregunta cualquiera y empezamos a conversar. Nos reímos duro y los otros nos miran como extrañados y molestos con tanta euforia. Juancho una vez más me indica dónde está La Piscina, y yo una vez más paso buscando con mi mirada algo raro que pase ahí. Un hombre vestido de mujer, aguanta frío bajo un marco. Rezo por no conocer al que lo seduzca, la engatuce.
Usualmente llevo un libro en el maletín por si tengo que hacer el recorrido sola o por si de regreso se sienta al lado Julián, otro voluntario que habla mucho y muy duro. Le respondo a Juancho con pereza de qué se trata el libro. Alcanzo a leer solo un par de líneas cuando me asalta eso que no sé qué es para advertirme que ya estamos llegando. Una o dos estaciones antes del Portal del Tunal, todo lo que hace parte del paisaje, incluído el olor, empieza disimuladamente a cambiar. El río bota un olor particular al que ya me siento casi acostumbrada. “Camine” dice Juancho. El viento pega más duro y mi pelo se revuelca una vez doy el saltito del bus a la estación.
A veces hay mucha gente en la estación… miro detalladamente a las mujeres que se las ingenian para estar a la moda. Unas se ven bien y se mueven con gracia en busca del bus que las lleva al trabajo, en busca del pan. Juancho y yo, otra vez serios esperamos el bus alimentador que nos lleva a lo alto de Ciudad Bolívar. El bus tiene un letrero al lado del conductor que dice cuántas personas deben ir sentadas y cuántas paradas. Me sorprende que quepamos tantos. Me pregunto por qué hay tan pocas sillas; me responde la montonera que se acumula. A pesar de las miradas raras de muchos, nunca he sentido miedo. He subido varias veces sola sin sentirme siquiera intranquila, aún sabiendo que con descaro me he colado en una realidad que no es mía y que a lenguas me conmueve. El bus hace un recorrido largo e incómodo. Por las ventanas se ven ríos de gente y niños multiplicados que ya andan por ahí vagabundeando, saludando a sus vecinos o comprando arepas para el desayuno. De todo se ve en esa ciudad.
Una vez más me encuentro de frente con la imponencia de una imagen que no olvido. Allá arriba, donde el cielo se ve más cerca, me abruma y me conquista la grandeza de la ciudad. Vigilo un segundo el bus que hace la U y me volteo para perseguir las risitas que empiezo a oír mientras camino oliendo el pan recién orneado de la esquina.
Es así como se llega al paraíso.

Monday, August 10, 2009

Yo solamente hago parte de su vida, desde que él mismo decidió regalarme la mía. Y me la regaló sin saber que año tras año, yo estaría observando y admirando su forma de hacer, pensar y sentir.
Le impactó haber leído en alguna parte que la vida es la que uno recurda y cómo la recuerda para contarla, pero no se ha preguntado cómo recordamos nosotros su propia vida... no se ha preguntado cuánto nos gusta hacer parte ella, ni ha dimensionado nunca el significado de ese placer.
Así, con la calma que lo caracteriza, celebra mi papá sus 60. 60 que no son solamente años, sino la historia que ha vivido con el mundo, y la que el mundo ha tenido para él...
En la historia de sus recuerdos no hay solamente un pasado muerto sino la integridad de un hombre que nos enseña cada día lo que ha cosechado en su vida, lo que ha aprendido de su madre sabia, su papá ejemplar, de sus 6 hermanos, de sus triunfos, de sus tropiezos, de su esposa, sus hijos, de sus amigos...
Porque mi papá no solamente hace parte de una familia de 6 hermanos... Mi papá la admira, la sufre, la adora.
A mi papá no solamente le gusta ver fútbol... El fútbol lo emociona, lo disfruta, lo celebra y lo lamenta con pasión.
Mi papá no solamente es economista... Mi papá dedicó gran parte de su vida al trabajo y se convirtió en mi mayor ejemplo de responsabilidad.
A mi papá no solamente le gusta hablar de política... Mi papá cree en las personas, en la remota posibilidad de votar por un país digno para vivir.. y bueno, le gusta hablar de política.
Mi papá no solamente tiene amigos para saludar... Mi papá tiene admiradores de su amabilidad y respeto.
A mi papá no solamente le gusta una poesía... Mi papá se la aprende, la recita, sueña con las escalinatas.
Mi papá no solamente pagó colegios y universidades... Mi papá nos hizo querer aprender... y nunca le hemos dicho que nuestro libro más valioso lo ha escrito él con sus días y sus noches: Mi papá nunca grita con furia, grita de emoción. No habla por vicio, habla con convicción. Se reíe con ganas. Mira a los ojos. Enseña con respeto. Nos mira con amor.
Mi papá no solamente formó una familia... Mi papá nos dió un hogar, un lugar para amar, valorar y construír. Un hogar donde se celebran dichas y se lamentan desdichas, un lugar donde se conversan horas, se admira, se respeta, se ama, se crece... un hogar donde la educación, el respeto, el esfuerzo y el orden son la base de todo. Un hogar que me llevo por dentro a todas partes, uno en el que viven él, mi mamá y mi hermano: las 3 mejores personas del universo, las únicas 3 personas que yo quisiera ser.
Yo hoy celebro los 60 años de mi papá más feliz y tranquila que él, esperando vivir mis años, con su buen ejemplo de grandeza.
Que el 60 y el 1130 sean siempre sus felices y nuestros felices cumpleaños.

Saturday, August 26, 2006

Julio 2006

No se si es impaciencia eso que acostumbra asaltarme en estos dias de calor sin sol en que me he descubierto mirando fijamente puntos que no existen, que son solo refugios de un chorro de ideas hijas de una pensadera que a veces hasta me cae mal.

Esta forma de ver el final se parece a la vez (entre muchas otras) que intente rapidamente contar las paginas que quedaban delante de la ultima de un libro que estaba por terminar. Las historias empiezan en una cosa, se ponen emocionantes en otra, tristes y aburridoras en otras hasta que se acaban… Y siempre al final queda una satisfaccion (cita) que casi me hace suspirar cuando se que la ultima pagina ya esta leida. (Y debo decir que al caso no entran esas veces que defino como irresponsables en que los libros se me quedan marcados por la mitad y van a dar a un rincon de menosprecio que para ser franca no me perdono)

Este, dicho igual que como dijo alguien en el discurso de mi grado es “el final de una etapa”. – Si que hay gente que le gusta el tema de las leyes de la vida! – Y si que hay oportunidades para admitir que entre una palabra y otra el cuento viene siendo cierto.

El que se acerca ahora, y no es de un libro, es el final de un viaje que empezo hace un ano y esta caminando sobre las ultimas palabras. Un ano que me lleva de vuelta con mucho mas que fotos y regalos.

Vine hace un anio a vivir a un pais que no voy a elogiar ni a criticar sin perseguir ningun sueno ni a ningun americano. Llegue llena de expectativas a explorar entre ciudades y gente y a traves del tiempo dulce y amargamente conoci rincones hasta de mi misma que no conocia… Camine, tome fotos, mire el cielo, rei, llore y abrace; aprendi a vivir “lonely”, a escribirlo y otras cuantas cosas de un ingles que ni siquiera se acerca a la perfeccion.

Recorri espacios en tren, bus, bicicleta, avion, avioneta, bote, y en “snowboard”. Me tome autofotos y me tomaron fotos delante de puentes, montanas, edificios, playas y paredes. Trabaje mucho, estudie poco y renegue la suma de las dos.

De este viaje me llevo lo que aprendi de arte, de paciencia y de humildad. Me llevo una amistad, me llevo entre otras muchas cosas tres historias que no son de amor (ni mucho menos), una visa negada, un camino en tren y el olor del mar. Me llevo el cansancio y el placer. Me llevo lo desconocido y lo encontrado. Me llevo la ciudad que me enseno a mirar para arriba y me sorprendio. Me llevo en los cordones sucios las calles de la mas imponente ciudad, la que entre musica, arte, teatro, comida, carros, gente, gente y gente desconoce el tiempo.